Lectio Divina "El sueño de José"
Por: Pbro. Daniel García Flores
El embarazo de María desconcierta a José. Aún no está sumergido en el misterio, “José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió dejarla en secreto” (Mt 1, 19). La narración sagrada le describe como un hombre justo. En la Sagrada Escritura el justo es huésped de Dios. Un salmista inquieto por quién habitará en la casa del Señor, responde: “El de conducta íntegra que actúa con rectitud, que es sincero cuando piensa y no calumnia con su lengua” (Sal 14, 2-3a). ¡Este es José!
Ante un evento inadvertido no sabe qué hacer. Siendo justo no expresa un juicio condenatorio, tampoco actúa enredado por los impulsos, sólo quiere ser fiel a las enseñanzas religiosas y salvaguardar la fama de María. “Decide dejarla en secreto”. Sin embargo, es dócil, si estuviese desesperado no podría dormir. Planea, confía, duerme. Dios lo hace caer en un profundo sueño como durmió a Adán (Gn 2,21a). Y, ahí, justo ahí, José escudriña los misterios de Dios… “Se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella, viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados»” (Mt 1, 20-21). No son las pesadillas del egoísmo, es el sueño de quien se atreve a escuchar el misterio. Es el sueño del prudente que se deja formar en la sabiduría para dirigir un proyecto que supera sus expectativas. Sin duda, podemos atribuirle a José el adagio latino: Nescit dirigere qui nescit prudenter agere (no sabe dirigir quien no sabe actuar con prudencia). ¡Quien tenga oídos para oír que oiga!
La necedad de Adán le aleja del misterio, “Dios le dijo: «¿Dónde estás?» Éste contestó: «He tenido miedo, porque estoy desnudo; por eso me he escondido»” (Gn 3, 9-10). El miedo de José es diferente, no quiere equivocarse. En su docilidad es cobijado por el misterio: “No temas en tomar contigo a María, tu mujer, pues lo engendrado en ella es del Espíritu Santo”. En ese sueño, el amor ilumina su discernimiento. Mientras que en la vigilia la persona suele defenderse, pone límites, maniobra sus posturas y reacciones, en el sueño la libertad se expresa, el impulso de la creatividad se escribe en la simbología; disponible a ser interpretada en las necesidades más profundas. El justo sueña con un corazón puro, por eso hace suyos los sueños de Dios. “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). En ese sueño José concibe a Jesús, en el silencio de su escucha. Sólo él como padre le pondrá nombre al innombrable, a Aquél que entrará a las entrañas del corazón humano para redimirle del ego enajenado. “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Le pondrá el nombre… El nombre había sido revelado a Moisés pero el pueblo elegido temía profanarlo. La conciencia de su sacralidad fue prohibiéndoles a los israelitas pronunciarle, preferían sustituir el nombre con otras designaciones. Los sumos sacerdotes en algunos momentos se arriesgaban a “pronunciarlo”. A propósito, leemos en un texto rabínico: “Yo ocupaba mi sitio entre los sacerdotes mis hermanos; tendía mis orejas hacia el sumo sacerdote y le oía tragarse (el Nombre) en medio de los cánticos”. Pero, José no sólo podrá pronunciar el nombre, más aún, es él quien le pondrá el nombre a quien es nuestra vida, nuestra única salvación (Hch 4, 12). Al poseer esta autoridad, José hace a Jesús su hijo con la radicalidad del amor adoptivo. Desde ese momento, José es fuente inagotable de espiritualidad sanadora para las heridas de las orfandades. ¡Padre de Jesús, inscribe nuestro nombre en el amor infinito de Dios!
Narra el libro del Génesis que en la dormición de Adán Dios formó a su compañera y con ella re-nació (Gn 2, 21-23). Cuando vio a Eva la recibió como esposa para formar con ella una sola carne, exclamó: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn 2, 23a). En nuestro texto evangélico se afirma: “Despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado y tomó consigo a su mujer”. Sí, María es el fruto más profundo del sueño de José, con él el amor se transforma en ofrenda. Adán culpó a Dios por darle a Eva (Gn 3, 12), José decide cobijar a María en un amor que la tiranía del sexo jamás podría comprender. Es la finura del amor que custodia la iglesia en su fe. José se convierte en un despertar, en resurrección.
Artesano del amor, imagen del Padre Creador, con tu ternura y tu fuerza, con tu hombría y castidad has amado como han necesitado ser amados, María y Jesús. José de Nazaret, enséñanos a soñar…
19 marzo 2019