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Un testimonio de gratitud

Por: Marco y Rosy Pineda

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Los antojos en el embarazo son tan particulares, a mi esposa se le dieron en los dos últimos meses de embarazo. Eso pensaba yo: ¡esposo primerizo!, primer embarazo, primer prospecto de padre. Cocktail de camarones del “Amigo Toño”, un pequeño negocio de mariscos enfrente del trabajo de mi esposa, que durante cuatro semanas sólo quería comer de ese lugar y no de otro… creo que estuve a punto de que me hicieran socio distinguido de ese lugar pues hasta me ofrecían platillos de la casa.

Llegó la semana 40 y al futuro bebé no se le veían ganas de nacer, entonces camino a casa le hablé y le dije, ¡ya debes de nacer porque es tiempo!, sabíamos que cumplidas las 40 semanas, si no nacía se tendría que inducir. Ese día a las 11 de la noche empezó el trabajo de parto, hablé con Oceanía, la ginecóloga y me preguntó: ¿cada cuánto tiempo tiene contracciones?, le conteste,1 cada 10 minutos, aproximadamente. ¡Ah!, nos vemos en el hospital a las 6 am… y me dije, ¿qué voy hacer?, no me vi en un espejo, pero aseguraría que se me fue el color… En fin, llegamos a las 6 am, la prepararon, entró a la sala de espera y le colocaron el bloqueo. Era la primera vez en mi vida que asistía a un parto. Entramos a la sala de partos y todo comenzó… Vi en mi esposa su rostro de dolor, pero al mismo tiempo un rostro de ilusión, cariño y de alegría esperanzadora en cada contracción… ¡De pronto!, apareció ante mis ojos un bebé varón en las manos de la doctora, quien aún conectado a la placenta con el cordón umbilical, lo colocó en el regazo de mi esposa y mirándolo a los ojos, balbuceaba, ¿amma o appa o Abba? En ese momento me dieron el privilegio de cortar el cordón, tomé en mis brazos al bebé y dije “gracias”, sin pensar en nada más… lo encomendé a la Virgen por fe y creo que también por una tradición familiar. Después de ese momento tan especial, al bebé lo llevaron a examinarlo y a partir de ahí pasó dos días prácticamente en llanto, aún en casa… Concluía en mi interior: ¡creo que sólo tendremos un bebé!

Dije “gracias” cuando recibí a mi primer hijo en mis brazos. Fue algo que nunca podré olvidar cómo es que llegamos 2 y salimos 3, una vida nueva que ilumina a otras dos vidas. Dar gracias ilumina una nueva perspectiva positiva, una condición del estado del alma cuando tu agradecimiento por algo invaluable que recibes de alguien, de otra persona, que ni con todo un tesoro podrías pagar o comprar, provocando un estado de gozo y alegría sobrenatural que marca tus entrañas indeleblemente. Dar gracias por lo recibido de quien, sin más interés, es el de reconocerte, de valorarte, te quiere engrandecer como lo más preciado… y un bebé en la sala de parto con su balbuceo “Abba” (padre) me hizo recordar ahora, a quien le di las gracias por su gracia: "Estad siempre alegres, orad constantemente, en todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros" (1Tes 5, 16-18).

Darle al Señor gracias de cualquier situación en tu vida, es una oración, es una alabanza de gran plenitud que lleva a significar lo que recibes de Él, por medio de alguien que manifiesta lo importante que eres, una luz en medio de otra luz, resultado de una fraternidad con los demás en el tiempo, el tiempo perfecto que madura lo esencial, que abrazado de la humildad provoca belleza, belleza que hace brillar el alma que se sirve, que se entrega en el menor detalle. Poderlo apreciar es verlo con ojos que traspasan lo material y logran ver más allá de lo que se recibe, lo que la otra persona ofrenda para honrar. Es el Señor manifestándose en sus criaturas. Lo que se recibe no es tan solo material sino también aquello que no se puede tocar ni ver; pero sí sentir. Saber sentir es el don de agradecer…

Recibir es aceptar sin objetar, hasta lo que a nuestros ojos no es bueno, es decir, malo, porque esperábamos algo diferente y perdemos la valentía de enfrentar el momento, nos saca de confort. Es cuando gradualmente dejamos de valorar y nuestra luz se va manchando, opacando, pone el alma como la lepra, en el virus de la ingratitud, abandonado a vivir de la apariencia ante todos los demás, que te encierra en el egoísmo y acrecienta la soberbia. La ingratitud pierde la humildad, el privilegio de ser valorado ante nuestro Creador… pero el Señor es generador, es fuente de oportunidades, invitándonos al desafío de vivir, de aprender a beber del aprendizaje para emprender, para rectificar, para enderezar en lo torcido, para experimentar abrazado de la creatividad. El Señor te propone y te invita, te seduce, para volverte a dar, esperando un gracias…, no para que Él se sienta bien sino para que nosotros nos llenemos de más gozo para regresar a Él (Lc 17, 12-19). Cuántos queremos regresar, ante una luz nueva en las cañadas oscuras que mi vista ha puesto en mi mente, pero con la iluminación de su vara y su cayado, siempre ensancha la esperanza.

Que tan poderosa y sublime puede ser la gratitud que puede significar la fe en su presencia, tan cercana y abrazada desde la gran sabiduría que desborda la gracia de nuestro Padre. "Tomó luego los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos, y los discípulos a la gente" (Mt 15,36). La gratitud al Señor provee una puerta de más gracia, de más providencia, de más oportunidad, traspasa y transciende a la necesidad misma. Valorar lo recibido todos los días y en cada momento, desde un alma agradecida es un alabanza de acción de gracias a Él. Él se manifiesta en la universalidad de los que nos rodean, para el Señor no hay medida. Así se despide al dios de la apariencia y de la ingratitud.

La gratitud verdadera compromete. Cuando en medio de una gran tempestad que nos encierra en el caos de la vida, tentada por el desánimo y la cobardía, por la desolación y en medio de los desiertos y la sequedad del alma, nace una nueva oportunidad como aurora del nacer de un día. Es el nacer con Jesús, es volver a nacer desde el don inmolado del Dios Padre en su Hijo (Jn 3,16), quien desde lo inesperado, de lo que ante nuestra mirada es el fin del camino, surge una puerta, surge un camino, nacemos con Jesús y solo en Él, nace un emprendimiento  esperanzador (Jn 14,6), es ahí donde la gratitud se torna plena desde el alma agradecida, que inmerecidamente se recibe como don. Es don que compromete para ser testigo de un nuevo nacimiento del ser engrandecido. Es nacer todos los días en la humildad de Jesús.

Compartir lo recibido es compartirlo a Él, es el corazón enaltecido que se dona y se desprende para corresponder a la gratitud, lo compartido alarga la gratitud y con ella la gracia de su presencia vivificada de su providencia. Esa que nace del corazón y la que aplasta la gratitud protagonista, del compartir escénico que desvaloriza sinceridad de la providencia.

Señor, tú eres todo y yo soy nada sin ti, no permitas que pierda el don de la gratitud, el don de darte las gracias en cada momento de mi corta existencia. Haz de mi gratitud una oración y una alabanza para ti, hasta de la tribulación, porque aunque camine por cañadas oscuras tú habitas en la gratitud conmigo y tu bondad no me falta (Sal 23). Gracias por la escasez, por la austeridad, gracias por tu providencia que me da autenticidad en mi libertad para abrazar mi plenitud desde el don de la gratitud que engrandece tu belleza en mí. Gracias por mi esposa la que has puesto como un complemento de tu bondad hacia mí, por los frutos de nuestra intimidad amorosa: nuestros hijos. Pero la mayor de las gratitudes es la inmolada por tu Hijo en el misterio de la Cruz, por nosotros tus creaturas; tus hijos. Amen

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