La Promesa (Votos Matrimoniales)

Por: Marco y Rosy Pineda
Me encontraba justo en la entrada de la catedral, mi suegra Eva como le decimos de cariño, al principio de mi relación con Rosy, no me aceptaba, pero en ese momento era ella la que tomada de mi brazo, me acompañaba para entregarme con su propia hija en ese cortejo hacia el altar; en ausencia de mis padres, no porque ya no estuvieran vivos, sino por perjuicios que ciegan para amar y valorar lo más importante de la vida. Qué signo sería este que mi suegra me entregará?, el padre Limón -en aquel año 1992- nos esperaba en la entrada del recinto, cuando nos dio la bendición para entrar, recuerdo…, de repente me escurría excremento de palomas!, del cabello hacia la cara y al traje negro..., uagh!!, un momento por demás incómodo, no lo creen?
Comenzaba la celebración! Sólo me invadía la idea de estar libremente con ella, sin reglas, ni prejuicios. Aún no valoraba el sacramento como una gran bendición y el recibimiento de dones que el Espíritu Santo nos otorga para ser buenos cónyuges y padres cristianos. Llegado el momento crucial de tal acontecimiento, la promesa ante nuestro Señor, con voz un tanto nerviosa y con ayuda del sacerdote pronunciamos nuestros votos: Yo Marco te acepto a ti Rosy como mi esposa y prometo serte fiel, tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la salud como en la enfermedad, amándote y respetándote durante el resto de mi vida.
Dios, nuestro Padre, nos ha revelado en su Palabra innumerables promesas, todas desde su amor abrasador que nos sumerge en el gran misterio de su misericordia. Somos llamados a la fidelidad a su Palabra, ejerciéndola según la creamos, confiemos y nos abandonemos a ella, Él es la puerta; “Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento” (Jn 10, 9), Él nos promete que es la única forma de vivir la plenitud, alimento que da la vida, saborearlo como un manjar único y exquisito, que nos educa en su sabiduría para permanecer fieles, es decir, firmes como una roca (cf. Mt 21,42), como la roca angular, en la que todo gira y todo sostiene, manteniendo con firmeza toda una estructura, como se usaba en las edificaciones en los tiempos de Jesús.
"Prometo serte fiel", es aquí donde empieza nuestro compromiso sacramental. Prometo, es el ofrecimiento firme a la acción de ser fiel desde nuestra voluntad humana limitada y frágil, porque no hay más firmeza que nuestras propias palabras y sentimientos, que mediante el amor al Señor podemos ser fieles: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Mt 21,37-39), mandato que nos infunde su grandeza para alargarla a través de su principal don, el Amor, el amar…, el amándolo a Él, es donde nuestra fidelidad encuentra la firmeza para dar cumplimiento a nuestras promesas, amar al prójimo, pero, quién es el prójimo en el matrimonio? Nuestro(a) cónyuge.
Cuando la medida de la prosperidad, la miramos desde los bienes materiales; la imposición de modas; la influencia de un status en la sociedad; la capacidad desmedida de adquirir, nuestra fidelidad es atentada a diluirse. Si no está firme sobre la roca que es Cristo, no podemos experimentar la fidelidad. Además nos fortalecemos mediante la prueba, la prueba de la adversidad de lo que no estaba planeado ni se veía venir. Cuando la prosperidad se vuelve relativa y pierde sustancia, es entonces que las adversidades del desempleo, la enfermedad del cónyuge o de un hijo, la pérdida de un ser querido, la infidelidad, la falta de amigos, nos invitan entonces a activar nuestros votos. Son nuestros votos una profecía de lo que será nuestro caminar con nuestra pareja.
Es nuestro matrimonio como un barco donde habrá momentos soleados y de vientos favorables que nos llevará a navegar alegremente y a veces hasta sin el esfuerzo de remar; y otros que estaremos en medio de grandes tempestades entre relámpagos en medio de la oscuridad, en un mar con su oleaje amenazando hundirnos, que nos sacude y nos intenta separar y hasta nos tienta bajar del barco, es entonces cuando nuestros votos toman el verdadero sentido de fidelidad, en clamar juntos al Señor que duerme en la popa del barco y clamarle con confianza: “Despierta Señor” (Mc 4, 38-39). Él nos reviste de su fidelidad para cristalizarla y concretizar nuestra fidelidad humana hacia nuestro cónyuge, es entonces cuando su amor actuante nos conduce al amar, “al amando verdadero”, para así esperar todo y soportarlo todo, hombro con hombro (cf. 1 Co 13, 7).
Nuestra promesa no es contrato con una fecha de terminación, con un conjunto de cláusulas que nos favorecen o nos protegen, es más bien una alianza de fidelidad en el amor cuya vara es el fin de la vida de alguno de los dos, pasando entonces a la vida eterna como Él lo prometió (cf. Jn 10,28).
Padre celestial haz de nuestra promesa de votos una morada en nuestra esencia con la que nos creaste, para saborear pequeñas copas de vino de amor con suave aroma todos los días, que cautiven nuestra alma, vino que Tú Señor conviertes de cada esfuerzo de nuestra voluntad por llenar las tinajas de nuestros corazones de agradables sentimientos, obras, pensamientos, palabras edificantes y reconfortantes, para renovar sublimemente nuestros votos cada instante de nuestras vidas. Amen.