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Del testimonio a la libertad

Por: Marco y Rosy Pineda

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Ictericia fue lo que a mi hijo recién nacido le diagnosticaron. El tratamiento fue fototerapia, no es otra cosa que baños de sol a través de una ventana cerrada con vidrios, adaptamos ahí una cama y cada mañana lo desnudábamos para corregir la piel amarillenta con la que había nacido. Era impresionante mirar cómo día con día Marquito, como le decíamos, adquiría movimiento con las manos, los pies, la cabeza… Sus extremidades se fortalecían y se expresaban hacia la “libertad”, abandonado totalmente, sin ningún miedo ni límite más que la pequeñez de su propio cuerpo, cobijado del amor por su relación particular con su madre, quien lo alimentaba y lo acogía.

Fue fascinante ver la “inteligencia corporal”. Mirar cómo se fortalecía y descubría las partes de su cuerpo y las hacía mover libremente, al grado de desplazarse y hasta voltearse, en ocasiones hasta buscar el alimento… ¿No les parece asombroso? Descubrir la inteligencia sabia que da vida a cada órgano vital de nuestro cuerpo para que funcione de manera sincronizada como un mismo todo en el dinamismo que impulsa el desarrollo y acrecienta la inteligencia en Él (Lc 2,40). El ser humano por sí solo no puede ni ha podido crear o reproducir un órgano como el corazón humano o un riñón, sólo la omnipotencia creadora ha podido plasmar la sutiliza sapiencial de la creación en el hombre y la mujer (Gen 1,27).

Es Dios la omnipotencia sapiencial, inteligentísima que nos ha creado a su imagen y semejanza. Somos la creación de Dios desde el amor puro que crea vida sin ningún prejuicio de dominio. Creados desde el don del amor nos dio el poder de ser libres. ¡Maravilloso don de la libertad!, sin condiciones o ataduras, somos su más excelsa creación que nos pensó desde antes de que naciéramos (Jer 1,5). Es su amor infinito que lo sostiene todo; de ese amor procedemos: Él es amor (Ex 3,14; 1 Jn 4,8), tenemos en nuestra esencia la capacidad para amar, amar con el amor que  procede de Él. Su amor se traduce en una libertad para ofrecer, dar, vivir, porque Él es generador de vida libre, por el Espíritu de libertad que Cristo nos heredó (2 Cor 3,17), a través de la Cruz, nos libra, nos libera con el don de la libertad (Jn 8,36). La libertad genera paz en nuestro corazón, en el lugar más íntimo de nuestro ser, un estado de nuestra voluntad como la de un niño que se encuentra en la íntima relación con el amor que recibe del padre es vivir para estar en su presencia, en libertad plena (Mt 18,4).

El poder de creatividad infinita, de la inteligencia sabia que reviste todo cuanto miramos, como las flores, los lirios del campo que se visten de tantas pinceladas de colores (Lc 12,27), los bosques revestidos de distintas tonalidades de verde u olores y fragancias de la naturaleza tan especiales que el hombre no ha podido crear. ¡Belleza infinita!, en ella se manifiesta la libertad creadora de Dios, la misma libertad heredada en nosotros, hijos amados por Él (1 Jn 1,2). Un misterio de libertad que de formas inexplicables, alimenta como las aves del cielo que no siembran ni cosechan y sin embargo se nutren de “libertad” (Mt 6,23-33). Son libres para volar sin ninguna limitación. ¡Qué belleza es la libertad! Libertad que da paz, genera gozo y hasta el éxtasis de vivir con vida, celosa del momento, del presente viviente que emana quietud, el gran presente del que aún no hay mañana, el Dios omnipresente nos abraza. La libertad para hacer lo correcto: la libertad del pensar virtuoso, del que obra como espejo del Creador, que genera valores, moldea la conducta, la voluntad y permanece en este misterio de decisión. En el esfuerzo de permanecer ahí, sin olvidarnos su origen, conocemos al que nos amó primero (1 Jn 4, 19; St 1,23-25).

El don de la libertad que da vida con saciedad, sin hambre, sin sed (Jn 6,35), libertad que motiva a construir, a edificar, a transformar, a transfigura el corazón para ser únicos y en comunión, libres para la autenticidad que dignifica y posiciona el estado de la voluntad en sublimidad. En todo lugar y en todo momento, mirando alrededor está, existe sin figura, pero habita sigiloso e “imperceptible”. ¿Lo buscas?, está en lo más simple como el viento que sopla, quien habla sin hablar cuando lo invocas (Sal 18,7), si miras lo verás… Es Dios, quien instituyó la libertad desde antes de nacer, en la concepción misma de nuestro ser, engendrando en nuestra esencia la inteligencia que proviene de ÉL para entender el compromiso, la responsabilidad… Para ejercerla con derecho, sin lastimar, sin agredir, sin violentar, sino para custodiarla y abrazarla desde su infinito amor que está en Él, pues emana como única fuente. La libertad es entonces el don proveniente de la misericordia del altísimo Señor que nos la otorga sin que hayamos tenido mérito alguno, sólo por ser hijos y creaturas del Todopoderoso…

Señor, gracias por habernos creado y concebido con la libertad. Gracias porque la más grande prueba de tu amor fue hacernos libres, con la capacidad para decidir amarte y amar, gracias por este don que nos permite crecer en la decisión y en el respeto. Gracias porque con ello podemos ofrendarte la misma creación que Tú creaste. Ayúdanos con tu gracia a ejercer la libertad y entenderla desde la sabia inteligencia de la fuente de vida que eres Tú. Enséñanos cómo lo harías Tú, para no perderla ni perdernos, para no abusar ni atentar contra ella, para conservarla en tu voluntad. Enséñanos la vigilia del preciado don de la libertad.

 

Amén.

Marco y Rosy Pineda

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