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Curso de Lectio Divina

Presentación

I. Breve Introducción a la Lectio Divina

1.1 Leer la Escritura y dejarse leer por ella

1.2 El lector-orante Jesús de Nazaret y sus primeros seguidores

1.3 El testimonio patrístico

1.4 La Lectio en breves datos históricos

1.5 La pro-puesta de América Latina

1.6 Lectio Divina y Ecumenismo

1.7 Libro del Espíritu de Dios – Libro del Hombre

I. Breve Introducción a la Lectio Divina

1.4 La Lectio en breves datos históricos

La Palabra de Dios es para la Iglesia (comunidad de los discípulos de Jesús) el alimento que la sostiene. La Iglesia es convocada por la Palabra, sin Palabra no hay Iglesia, pues vive de la Palabra de Dios y de ella depende. Al tratar la Lectio Divina en la historia de la Iglesia[1], reconocemos las glorias y los exilios que la Sagrada Escritura ha enfrentado. Los cristianos hemos nacido de ella y a ella requerimos volver nuevamente.

 

1.4.1 Del ayer al hoy

 

Para los primeros seguidores de Jesús, el Libro revelado por Dios es su Hijo Unigénito. Al ser encontrados por él trascendemos el tiempo y el espacio para entrar en comunión con su misterio en el hoy de nuestra historia:

 

«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que han palpado nuestras manos, acerca del Verbo de vida  (pues la vida fue manifestada, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y les anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, les proclamamos también a ustedes, para que también ustedes tengan comunión con nosotros; y en verdad nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Les escribimos estas cosas para que nuestro gozo sea completo» (1 Jn 1,1-4).

 

1.4.2 Un recuerdo de la Iglesia antigua

 

Hemos notado que la Lectio en la patrística ocupa un lugar privilegiado. Es como la espina dorsal de una estructura teológica-espiritual que sin necesidad de afirmaciones explícitas, la Palabra se escucha por la lectura, se asume por la meditación, se eleva por la oración, se ama por la contemplación, se transforma por la acción: “¿Qué palabra o qué página de autoridad divina, del Antiguo o del Nuevo Testamento, no es norma rectísima para la vida humana?”  (s. Benito, RB 73,3). Es evidente que los padres y escritores eclesiásticos viven de la Escritura: ella es la inspiración de sus escritos y de su ser cristiano.

 

 

1.4.3 Del monje cartujo: los cuatro pasos de la Lectio

 

En el siglo XII, la Lectura Divina alcanza su máxima gloria. El monje cartujo Guigo (+1188) recapitula de manera sistemática la experiencia precedente. Al escribir su obra la Escalera de los Monjes (dirigida a su hermano Gervasio), muestra, ya desde su introducción, la conveniencia de experimentar lo que se ha aprendido por la teoría. La Lectio no es el estudio teórico o argumentativo; lógico-cognitivo, sino una VIVENCIA profundamente humana, profundamente divina. Es así que a partir de este tratado, la Lectura Orante toma una estructura bien precisa, siguiendo los cuatro pasos clásicos: Lectio, Meditatio, Oratio, Contemplatio, llamados por el autor los cuatro escalones espirituales o la escalera de los monjes que se eleva de la tierra al cielo[2]:

 

“La lectura busca la dulzura de la vida feliz. La meditación, la encuentra. La oración, la pide. La contemplación, la experimenta”.

 

“La lectura lleva alimento sólido a la boca. La meditación, lo mastica y tritura. La oración, busca su sabor. La contemplación, es la misma dulzura que da alegría y reconforta”.

 

“La lectura permanece en la cáscara. La meditación penetra en la pulpa. La oración está en la petición, llena de deseo. La contemplación es el gozo de la dulzura alcanzada”.

 

“La lectura es un ejercicio exterior. La meditación es una expresión intelectual. La oración es deseo. La contemplación es superación de todo sentido”.

 

“La lectura sin la meditación es árida. La meditación sin la lectura, está sujeta a error. La oración sin la meditación, tibia. La meditación sin la oración, estéril. La oración hecha con fervor permite llegar a la contemplación. El logro de la contemplación sin la oración es raro o milagroso”.

 

“La primera grada es de los principiantes. La segunda, del que ya está avanzado en el camino. La tercera, de los ya crecidos. La cuarta es de los bienaventurados”.

 

“Experto y atento en la primera grada, profundizando en la segunda, ferviente en la tercera, elevado sobre sí en la cuarta, sube desde su corazón de virtud hasta ver a Dios mismo”.

 

Los cuatro escalones constituyen una armonía espiritual, pues concatenados entre sí no se pueden separar. La espiritualidad de la Lectio es la integración de los distintos grados y la diaconía que se ofrecen mutuamente.

 

 

1.4.4 Sobre algunas paradojas

 

Con el nacimiento de las grandes órdenes mendicantes (los carmelitas, los dominicos, los franciscanos…), se rescata una perspectiva fundamental de la Lectura Sagrada: el servicio al pueblo de Dios en sus realidades cotidianas. Sin embargo, con la creación de las universidades, cuando la teología entra en las aulas y la filosofía aristotélica comienza a impulsarla, se da en un número considerable el devenir del “estar en rodillas” para el “estar de pie”, del “sagrario de la lectura” a la “biblioteca del saber”, de la “convivencia amistosa” al “encuentro especulativo (escolástico)”, como si se exiliase la Palabra[3] al no ser el corazón en sí interpelado; sino la razón misma que generaba las questiones disputatae. Un fenómeno que heredará el agustino Martín Lutero (1483-1546), así como otros reformadores protestantes.  

 

Es de notar que Lutero rescata el valor inconmensurable de la Sagrada Escritura, pero la aisló de la Tradición viva de la Iglesia. La sola Escritura será para el mundo protestante el principio innegociable de su teología. Por su parte, el concilio de Trento (1545-1563) explicitará su posición de frente a Ella, asumiéndola naturalmente como Palabra de Dios: Palabra que no es sólo escrita, sino también oral[4].

 

En los siglos posteriores la Iglesia Católica combatirá el protestantismo con las enseñanzas de Trento, refutando la sola escritura sin temor alguno. No obstante, la repercusión directa de las Sagradas Escrituras entre los católicos se verá confusa por los antecedentes de los ya hermanos separados, aunque en la liturgia de la Iglesia se leían los textos sagrados, los católicos en general no tenían acceso a ella. Tenían facilidad los estudiosos, el clero, pero difícilmente los fieles laicos, creándose un cierto sentimiento de indignidad para tenerla, y por parte del magisterio eclesiástico, un temor ante interpretaciones erróneas.

 

1.4.5 La renovación del Concilio Vaticano II

 

Con una necesidad de reforma, el Papa Juan XXIII (1881-1963), al abrir las ventanas de la Iglesia para recibir nuevos aires, anima a un nuevo concilio ecuménico (Vaticano II, 1962-1965) para promover, entre otros elementos teológicos-pastorales, el reencuentro con la Sagrada Escritura en el Pueblo de Dios peregrino en la tierra.

 

Así, con el Concilio Vaticano II se recupera la centralidad de la Palabra en la vida de la Iglesia. En la constitución dogmática Dei Verbum se nos expone al Dios que se revela a sí mismo y manifiesta el misterio de su voluntad en Cristo único mediador y plenitud de toda la revelación. Igualmente, se reconoce que la Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pero con particular énfasis en la liturgia (cfr. no. 21). La sola escritura no basta, pues la misma Tradición da a conocer a la Iglesia el canon de los libros sagrados y hace que los comprenda cada vez mejor y los mantenga siempre activos (cfr. no. 8).

 

La Lectio Sagrada que podemos detectar en el Concilio Vaticano II es la comprensión cada vez más penetrante de la Escritura por parte de la Iglesia, quien alimenta a sus hijos con la Palabra de Dios y la oración. La constitución nos exhorta con estas palabras:

 

 «Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras”»        

 

       (DV 25).

 

Así pues, los cristianos católicos de hoy día, somos hijos de un nuevo impulso de vida espiritual con la eterna Palabra de Dios. El entusiasmo patrístico por la Sagrada Escritura se reanima en nuestros tiempos para apasionarnos por la Palabra hecha carne, pues acercarnos a los textos sagrados es acercarnos a una persona concreta, como indica s. Jerónimo: “Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”.

 

No renunciamos al estudio científico de la Biblia; necesitamos de él, pero es ineludible reconocer también los aspectos propiamente espirituales que repercuten en la existencia misma del lector-orante, pues asumimos la Escritura no sólo como una estupenda obra literaria, sino como Palabra de Dios en palabras humanas (cfr. DV 12).

 

[1] Para un mejor estudio: B. OLIVERA, La tradición de la lectio divina en Cuadernos monásticos 16 (1981) 57, pp 179-203; T. KRAFT, Historia de la Biblia en la vida de la Iglesia. Manual de pastoral bíblica: recursos prácticos para agentes de pastoral (se consultó en www.autorescatolicos.org/thomaskevinkraft79.pdf) con una extensa y especializada bibliografía.

[2] Extractos tomados de M. FERNÁNDEZ-GALLARDO, La Scala Claustralium de Guigo II el Cartujo. Experiencia y Método de la lectio divina, Monte Casino, Zamora 1994.

[3] E. BIANCHI, Pregare la Parola, en la Parola di Dio 10 (Torino 1980), p. 7.

[4] Cfr. DZ 1501.

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