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¿Qué es una misma carne?

Por: Marco y Rosy Pineda

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Se acercó mi esposa a mi oído, con voz suave me dijo: “Estoy embarazada”, de inmediato me sentí envuelto en algo que me llevo fuera de mí, sin negar que lo primero que vino a mi mente fue: ¡Pedir un aumento de sueldo! …, aunque habíamos acordado no tener familia después de 5 años, el primer año de matrimonio añorábamos nuestro primer bebé. Como futuro papá no asimilaba del todo que ya existía una vida entre nosotros, porque no la veía ni sentía, sin embargo, con el paso de las semanas seguro se volvería algo más tangible y me preguntaba ¿qué debe sentirse llevar una vida dentro de otra vida?...

Una vez que el esperma penetra el ovario se forma el embrión humano, único e irrepetible. Éste se va transformando, entretejiendo, dando origen, a los órganos, a las estructuras óseas, piel, músculos y nervios. Es la formación de una vida humana que con un soplo de la inteligencia sapiencial da vida a ese cuerpo, a esa carne. “Os cubriré de nervios, haré crecer sobre vosotros la carne, os cubriré de piel, os infundiré un espíritu y viviréis y sabréis que yo soy Yahvé” (Ez 37,6). Esa inteligencia sabia, inmensa, da vida y vida en abundancia (Jn 10,10); es Dios que en su omnipotencia creadora infunde vida a la carne, pero sin dominarla, ni someterla, sino que la crea libre, en libertad plena cuando el hombre se deja inspirar y abrazar por el mismo Dios. Él es también la libertad  para unir a hombre y una mujer, dos cuerpos ofrendados en la comunión con Dios, dos cuerpos unidos por el Espíritu haciéndolo uno mismo, una sola carne en Cristo: “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una misma carne” (Gen 2,24).

¡Una misma carne! La carne es entonces nuestra humanidad que se entrelaza con el corazón; con el alma, la carne que se entreteje con hilos indelebles de amor, del mismo amor entre el padre celestial y el Hijo redentor de mundo, el Espíritu, potencia del amor pleno. En el matrimonio son dos seres humanos entretejidos tan profundamente que, son indisolubles. Nadie podría romper ese vínculo.

El alumbramiento del bebé, el nacer a la vida exterior del vientre materno, es la expresión de dos cuerpo que se unieron en la intimidad. Esa vida se hace ofrenda y se embellece por el amor. Es el Espíritu quien infunde la plenitud en la belleza de la unión. Nace una vida de compenetración humana, un único e incomparable cuerpo con la memoria de dos distintos orígenes. “Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu” ( Jn 3,6 ). La unión sacramental del hombre y la mujer es la unción de la Trinidad: se nace a una nueva vida conyugal desde el amor entre Dios Padre, Hijo y el Espíritu Santo, quien por acción sobrenatural de su gracia nos convierte, como el pan en cuerpo y el vino en sangre en una sola carne matrimonial. De manera que ya no son dos, sino una sola carne (Mc 10, 8) como indica Jesús.

La carne, el cuerpo humano limitado por el espacio y por el tiempo; la carne que delimita la inteligencia sabia que se nos fue infundida, capaz de realizar, transformar, crear, construir, puede manifestar en acción concretas los sentimientos y las emociones, la labor pura, el movimiento del pensar que hace de lo intangible de nuestros sueños algo tangible, palpable…

Una misma carne, un mismo cuerpo conyugal para amar por la gracia. “Ya no son dos sino uno solo”, dos que se complementan para transformar sus vidas, para crearse oportunidades; para construir valores en una familia desde lo mejor de sus orígenes. Para hacer del día con día una experiencia con pasión, valor, cultura y vocación; para crecer juntos en los buenos y malos momentos, buscando más el para qué de lo sucedido y menos el por qué de las situaciones. El actuar más que la pasividad que lleva al confort, la actitud de la virtud que transforma nuestro pensamiento y nuestro actuar, haciendo tangible hombro con hombro sus ideales… La capacidad de solo un cuerpo; una misma carne para trascender en el espacio y en el tiempo, sumergidos en la fuerza del Espíritu, ahí donde una sola carne alcanza su clímax, su éxtasis cuando juntos toquen el cielo en la tierra: en el amor verdadero de Dios.

“Los envió por delante de dos en dos a todas las ciudades” (Mt 10,1): unidos en una misma carne, el hombre y la mujer, enviados cada día a donde Él nos conduzca. A testificar que el matrimonio es una sola pieza, sin doblez, desde la sinceridad y la humildad; a testimoniar la fe para enfrentar y confrontar la adversidad que nos hace madurar. La carne de dos unida en Dios se fortalece; la carne de dos sin Dios se pudre.

Señor, hoy me has dado la luz del entendimiento para comprender que juntos mi esposa y yo, formamos una sola carne, un mismo cuerpo, como nuestra madre la iglesia, un mismo cuerpo donde tú eres la cabeza. Y, María nuestra madre el corazón de la ternura que nos enciende y nos habla de ti. Haz Señor de mi matrimonio un cuerpo viviente de amor. De mi familia, una iglesia doméstica donde seas tú el Pastor. Entra en nuestro hogar, en nuestra carne, y cena con nosotros todos los días (cfr. Ap 3,20) para testificar la verdad de tu Palabra en cada miembro del hogar.

PD. ¡Si me dieron un aumento de sueldo y me promovieron de puesto!

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