Curso de Lectio Divina
I. Breve Introducción a la Lectio Divina
1.7 Libro del Espíritu de Dios – Libro del Hombre
Hemos llegado al final de esta introducción. Nuestro hilo conductor ha procurado ser la “lectura orante” entre la Palabra de Dios y la Palabra del Hombre. Dos libros que pueden ser leídos entre sí al ser animados por el Espíritu inspirador de los textos sagrados.
La Lectura Orante es una expresión concreta del Espíritu Santo: Señor y Dador de Vida (como lo profesamos en el credo niceno-constantinopolitano), el Espíritu que nos interioriza para encontrar y amar la verdad -la propia y la de Dios-. Es el Espíritu que nos induce al encuentro amistoso con Aquel con quien podemos recíprocamente leer, meditar, orar, contemplar, actuar. Esta experiencia del Espíritu nos permite ofrecernos al Padre para entrar en comunión con su Hijo a través de nuestra historia y existencia. Al abrir nuestro Libro a Dios, manifestamos la necesidad por ser leídos en nuestros desatinos y fiascos, en nuestras luces y tinieblas, en nuestras paradojas y coherencias, y para leer la verdad del Dios re-velado allí en su Libro: que nos habla de sí y de su proyecto.
Desde el Espíritu nos introducimos en el sentido original con el que fueron escritos los textos sagrados, el mismo que actualiza en nosotros aquellas letras antiguas. Sin su acción no habría Lectio, sino sólo una pretensión de ella. Este pseudoepígrafo paulino nos aliente a comprender la vitalidad del Espíritu:
«Hermanos, aunque yo conociera en modo perfecto toda la Biblia, como para poder citarla en cada situación, pero no tuviera amor, soy como un bronce que resuena. Si yo supiera indagar la Biblia con todos los métodos de la historia de las formas, de la historia de las tradiciones, pero no tuviera fe, no soy nada. Y si poseyera todas las técnicas interpretativas y de cada libro de la Biblia conociera el tejido cultural, social, existencial en el que nació, pero no tuviera el Espíritu, de nada me sirve. Y si yo supiera usar dosis de existencialismo o materialismo, de estructuralismo o de política según los signos de los tiempos y en perfecta adhesión a la mentalidad de los contemporáneos, pero no supiera hacer la lectura de la Biblia en el Espíritu Santo, soy un pobre desgraciado. La letra mata, es el Espíritu que vivifica. La ciencia y la letra se desvanecerán. Nuestra imagen científica es imperfecta o de cualquier forma inadecuada para comprender la palabra y vivirla. La interpretación de la Biblia, sin el Espíritu del Señor, es un misterio de muerte. Sólo el Espíritu provoca el Apocalipsis y sin el Espíritu permanece un velo sobre la Escritura que impide comprenderla. Por lo tanto, la lectura, hermanos, debe ser hecha escuchando en la fe, interpretando en el Espíritu Santo y tendiendo a la caridad, al encuentro personal con el Señor».[1]
Ahora bien, también el libro del hombre requiere de ciertas atenciones. Las siguientes orientaciones prácticas sugieren una docilidad a las mociones concretas del Espíritu, además que podrán iluminar los espacios y los tiempos específicos de Lectio Divina:
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Elegir un momento y un lugar apropiado para el encuentro amistoso con la Palabra. No es el tiempo que queda de la jornada, tampoco el que sobre, sino más bien el que se esté dispuesto a ofrecer. Además, procurar un espacio que facilite la interiorización, pues el clima exterior es ambientación y animación para la profundización.
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Recordemos que uno de los principales obstáculos que denuncian los padres y escritores eclesiásticos es la ociosidad. Podríamos llamarle también la pereza del corazón. Sin amor no hay Lectio Divina, como “sin la convicción de ser lectura orante no se podrá hacer lectura orante”.
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No tener miedo al fracaso, la Lectio es un proceso. Se requiere paciencia, dejarse formar creativamente para hallarse en ella: «Hazme vivir por tu Palabra» (Sal 119, 25b). El orante se sabe animado por la Escritura que genera en él vida, inclusive, los desiertos y los exilios, son oportunidades para crecer y valorar lo que en sí es un tesoro incomparable, y por ello, irrenunciable.
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La Lectura Orante se ejercita y se desarrolla en la perseverancia. Los pasos clásicos ya señalados pueden al inicio practicarse apoyados por su secuencia lógica, pero tengamos presente que esos no la reducen ni la encierran en sí, más bien, el interés está abierto a la espontánea reciprocidad entre el texto y el orante: “Dedícate al texto y el texto se dedicará a ti” (s. Jerónimo).
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Para esta dedicación conviene aprovechar tanto la exégesis que nos brinda luces literarias para una experiencia encarnada[2], como la psicología y la sociología que nos ofrecen luces para la hermenéutica de nuestro propio libro. Si bien, Dios es quien nos lee, nosotros nos leemos en él; nos conocemos en él, Verdad Eterna. Desde Él, podemos interpretar no sólo nuestra historia, sino además los signos de los tiempos en nuestra sociedad.
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Cualquier texto de la Sagrada Escritura es motivo para la Lectio, pues es Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu y respaldada por la maternidad de la Iglesia. En nuestro caso, consideraremos tan sólo tres versículos: Mt 13, 44-46, leyéndolos desde un estudio académico a un misterio fascinante e inexpresable.
[1] H.J. WEISS, Pseudoepígrafo paulino, (Hesob 1977), citado por O. VÁZQUEZ, La lectio Divina. Vivir en Cristo, PUG, Roma 1998, p. 36.
[2] Se sugiere tener un buen comentario bíblico que otorge a nuestra Lectio escudriñar el texto apoyados por la teología y/o exégesis bíblica. Me parece que los tres tomos del Comentario Bíblico Latinoamericano de la Editorial Verbo Divino pueden ser de provecho para los iniciados.