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Prólogo a Pies de Trapo
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Por: Clara Janés

Alejandra Atala, cuyo saber intelectual y poético, ya demostrado, capta esta realidad, nos pone ahora delante de un episodio que rompe el monólogo y el diálogo, pero no el conjunto coral, eco de los sucesos y mantenedor objetivo de los mismos. Y lo hace colocándonos ante la muerte, que es la separación, la separación definitiva, una separación que comporta dolor.

El que sufre se halla en una caverna desde la cual, como en la platónica, se ve velado el entorno. El que sufre está inmóvil, pero observa. Su dialogante debe realizar un trayecto de una zona de leve luz a otra de mayor oscuridad. Oscuro es el dolor del que sufre, y el peregrino que, sigue unas guías, sean sonoras –gemidos-, sean táctiles y visuales –una herida- lleva a cabo ante todo un descenso piadoso, porque “El sufrimiento no quiere estar solo” (Gunnar Ekelöf).

De compañía se trata, sí, pues la escritora, con su estilo luminoso, no solo acompaña simbólicamente a quién parte, sino que se acompaña y nos acompaña. Así, la belleza de la palabra será envoltura, sudario de luz para esa separación. Y además, la misma separación, a través del verbo se transforma. Y, convertidos monólogo y diálogo en un coro, queda asumida en esas voces que emergen del mismo cielo y sus astros, de la misma tierra y sus frutos, plantas, y animales que invitan a la pasión en su cara de entusiasmo por la vida.

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